El tema de la reelección presidencial toma fuerza en Honduras y en el
2015 seguramente el debate será más intenso producto de la desmedida
obsesión de cierto sector de la política en el país interesado en
mantenerse en el poder aún a costas de sacrificar las principales
prioridades de la población.
Si bien no debe ser una temática ajena a la discusión popular, la
reelección presidencial, alterna o inmediata se convierte de momento en
un asunto complejo puesto que vincula profundamente el régimen
institucional, la cultura política del país y otra serie de variables
que a futuro afectarán singularmente nuestro sistema político.
En momentos en los que Honduras se debate en una crisis profunda de
corrupción provocada por malas ejecutorias desde la administración del
poder político y económico, resulta contraproducente enfocarnos en
debates innecesarios e inoportunos que llevan a la clase política a
quitar la mirada de los reales intereses de la nación.
Aunque en América Latina, la continuidad en el poder por uno o más
períodos es un fenómeno que tomó auge hace poco más de dos décadas, las
condicionalidades políticas de los países son diferentes, se requiere
por tanto una visión más amplia y considerar inicialmente las
experiencias positivas y negativas de otras realidades con esta figura.
Reelegir a un presidente en Honduras tiene una serie de
inconvenientes y desventajas de los cuales expondré apenas tres que
valen la pena destacar; el primero de ellos es que hace más lenta la
renovación generacional en los partidos políticos, cuando existe la
tentación de volver a ser candidatos, toda la estructura presidencial se
involucra en ese objetivo (duplicar el poder) haciendo casi nulas las
posibilidades de aparición de nuevas figuras.
Un segundo inconveniente es la utilización del poder para reforzar la
candidatura a la reelección, un desborde masivo de saturación mediática
que lleva al abuso y al populismo extremo que favorece a unos y
perjudica a otros en un afán de alcanzar una imagen confiable y de
respaldo ciudadano.
El tercer inconveniente es que con la intención de reforma a la
Constitución de la República se obligaría al país a entrar en un debate
que durará meses y cambiará radicalmente el rumbo de la agenda del país y
de las decisiones político gubernamentales, se pierde de vista la
institucionalidad del Estado y se prioriza la figura de aquel a quien se
promueve como el más indiciado para reelegir.
A un lado quedará la lucha contra la corrupción, la generación de
empleo, la atracción de nuevas inversiones, la erradicación de la
pobreza y el combate a la inseguridad, que son temas vitales y que
requieren de atención permanente, de igual manera los procesos de
seguimiento a las reformas educativas pasan a un segundo plano aún y
cuando los centros escolares del país urgen de reforma total en
infraestructura, mobiliario, equipo y textos.
Quienes promueven y simpatizan con la reelección presidencial, la
mayoría de ellos políticos con muchos años ocupando los principales
puestos de poder y ejerciendo influencia del mismo, ven de menos las
necesidades que el país debe priorizar y se aprovechan de un pueblo
paciente, aguantador, enfermo y adormecido por tanta falsedad y
demagogia política.
El debate no debería pasar a más, la Constitución de la República es
clara en su artículo 239 al ordenar que “El ciudadano que haya
desempeñado la titularidad del Poder Ejecutivo no podrá ser presidente o
designado. El que quebrante esta disposición o proponga su reforma, así
como aquellos que lo apoyen directa o indirectamente, cesarán de
inmediato en el desempeño de sus respectivos cargos, y quedarán
inhabilitados por diez años para el ejercicio de toda función pública”.
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